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Sobre el costumbrismo en el siglo XIX (fragmento del capítulo 16)

Entiendo por costumbrismo la expresión literaria descriptiva e inmovilizadora de la realidad, por oposición a la descripción científica, que totaliza al nivel conceptual, y por oposición también a la descripción dialéctica de la realidad, caso de la novela. El costumbrismo informa de la realidad, pero no la significa; la mayor parte de las veces ni siquiera la explica. Pero lo peor (sin que este peor sea un juicio moral) o más característico del costumbrismo, su esencia misma, reside en una visión idealizada de la realidad que determina toda la obra, que determina también la descripción de esta realidad.

El costumbrista suele partir de una moral, de una política, de una ideología en suma, que al no ser debatida en la obra atraviesa incólume la misma. Lo contrario ocurre con el novelista, que, aunque parta de una moral, de una política, etc., es obligado por la propia materialización de la realidad a corregir, a modificar su punto de partida. El material literario (en el sentido de materia musical) es sometido en el campo de la literatura a un tratamiento técnico y artístico, que impide toda petrificación, que impide sobre todo que la obra así materializada sea únicamente una demostración, una especie de glosa, del supuesto ideológico que la inspiró.

El costumbrismo, al fijar la realidad, al tomarla como algo inmóvil y en sí mismo, se escapa en parte (y sé que esto sonará a blasfemia) del campo de la literatura; por eso el costumbrismo y el periodismo se encuentran tan íntimamente imbricados; por eso, también, un crítico tan avisado como Montesinos insistía en «la influencia letal» del costumbrismo sobre la novela. Por eso, finalmente, no hay posibilidad de definir el costumbrismo: cuentos, cuadros, escenas, artículos, críticos, irónicos, burlescos, etc., todo cabe en este cajón de sastre.
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